En ocasión de nuestras presentaciones con “Quien lo probó lo sabe” en Montevideo, quiso Dios, o el Destino, o la gente del Teatro “El Galpón”, que coincidiéramos con Ana María y su “Humor Bovo”. Feliz reencuentro con la estrella de las narradoras. Reencuentro multiplicado, pues, amén del teatro, los desayunos, almuerzos y cenas, también nos tocó cruzarnos por la 18 de julio o por el mercado del puerto. Todo fluyó con la suavidad de una deseada sobremesa cuya cereza fue roja, sí, pero con forma de libro y nombre de flor, “Rosas colombianas”, novela con la que aquí, por ganas y por amistad, pero más que por eso, por el placer que me dio su recién acabada lectura y por prolongar algo el remanente de sabor en boca, me estreno aquí como reseñador.
¡Ana, qué lindo te salió el primero! Tres partes: un matrimonio naufragando, una prima amada que no volverás a ver y la inmersión en el pueblo andaluz de tu abuelo para recuperar algo de lo perdido en clave fértil de intensa poesía. Ardo por acometerte para saber en qué medida, cómo, dónde y hasta dónde has manipulado tus recursos autobiográficos. Te salió más que bien y la curiosidad se despertó insaciable.
El arte que venís puliendo para dar placer contando historias aparece aquí concentrado y da felicidad en cada párrafo. ¿Qué más se puede pedir?
Todos a comprar “Rosas colombianas”, de Ana María Bovo. Emecé. Y a leer, que el zapping y la computadora traen gases.
Para que veas que leí atentamente y que esto no es una tirada de rosas, justamente, hago dos objeciones a Inés, la del cuento: “Amanecí en tus brazos” no es un bolero, es una ranchera, y Doña Concha Piquer no era andaluza, era valenciana, aunque hacía esfuerzos de agitanamiento según las exigencias del repertorio. Al pasar: cuentan que era mala como pocas. Una Pascuala.
Como no hay dos sin tres, me guardo la tercera para la hora esperada en que nuestros pasos vuelvan a coincidir.
Ana: me encantás vos, me encantó encontrarte, me cautiva escucharte y me fascinó leerte, y acá quedamos, esperando la próxima entrega.