jueves, 12 de diciembre de 2013

SONETO PARA ALEGRAR UN CUMPLEAÑOS


 
Si observamos la juventud extrema

acaso y por ejemplo, en una foto,

antes de que el espejo se haya roto,

¡una tersura que, por clara, quema!,

 

nos enfrentamos a un sutil problema;

es imposible el porvenir ignoto;

el presente, de sí mismo devoto

retiene la belleza; su dilema

 

es cuándo dar entrada a otra persona,

a un tosco comodín, a un reemplazante;

en qué punto difuminar la zona

 

de lo que es y no es. Viene adelante

una versión gastada o pervertida
 
que es otra cosa. No es la misma vida.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Sobre Alejandro Urdapilleta


 


Empecemos por aquí: no se fue de viaje. No se fue de gira. Se murió.

Dicho esto, ¿dónde hay más vida que en el recuerdo de este actor tremendo?

El que más me ha impactado.

Fui su fan.

Y lo soy.

Ahora, algunos recuerdos personales.

Todavía no terminaban los ochenta cuando fraguábamos desembarcar en Buenos Aires con dos amigos marplatenses, Hugo y Pablo. ¿El objetivo? Estudiar teatro. ¿Quién tuvo el dato, quién supo adónde buscar la inspiración? Fue Hugo, me parece.

Verlos fue morir y renacer.

El trío iba a ver a otro trío: Urdapilleta, Batato y Tortonese. Fuera en el primer Parakultural, en el segundo, en una sala cerca de Avenida Córdoba (¿La Galera?) o donde quisieran presentarse.

Los amábamos a los tres, pero Urdapilleta era el preferido. Hacia él íbamos, con devoción peregrina. Y nuestro escasez pecuniaria.

Una vez éramos patota, no sé por rejunte de quiénes, y no alcanzaba la plata. Fuimos igual, un rato antes, a implorar misericordia. Como previmos, Batato y Alejandro estaban por ahí. Batato, fresco en su dulce androginia. Urdapilleta, temible en negro atuendo, bajo criminales anteojos de sol. No sé si fui por atrevido o porque me mandaron. Encaré yo. A Batato, claro. “-¿Qué tiene él que no tenga yo?”, atronó Urdapilleta, ultratemible. “-¿Por qué le pedís a él y no a mí, imbécil?”. Siguieron a este otros insultos que ya no recuerdo, aunque sí puedo evocar mi susto infinito. No obstante, no dejé de percibir que, allende la violencia, tal escena de celos era un acto de amor.

 Batato se apiadó doblemente y nos regaló algunos pases.

La platea era muy empinada. Urdapilleta era una Alfonsina atribulada en la esquina superior izquierda considerando si se arrojaba o no, y luego si votaba por el sí o por el no (alusión a un referéndum de entonces ¿por el Beagle?), para finalmente sumergirse dentro del público. Se abalanzó sobre mí. Como previamente con palabras, me vapuleó con su cuerpo. Me dijo “marsopa”.

Ya en escena, mutó en cocinera italiana, Conciutta Tortolani, dentro de un concurso de medialunas que ganaba Tortonese amasando una gigante, para terminar luego molido a golpes, como acostumbraba. Morimos de risa.

Avanzado el show, un número fue simplemente él sentándose, arremangándose, ciñéndose el brazo con alguna suerte de cable, exhibiendo una jeringa e inyectándose. Se veía correr un hilo de sangre. Quizá el momento más desagradable que me haya tocado padecer en un teatro.

Muy diferente a aquél, previo, en el Parakultural original, en el que recitó un poema como diosa violeta con las tetas violetas que en sorpresivo momento interrumpía su lírica exclamando “¡Uy! ¡Qué ganas de cogerme un mortal!”. Nos escrutó. Se acercó...

Me eligió. “-Este tiene cara de boludo pero está bastante bueno”, dijo. Se me sentó encima. Me cabalgó. Me untó en su sudor. “-¡Dale! ¡Metela! ¡No sabés ni coger!”. No sólo mis amigos se arrojaban al suelo para reír más a gusto.

Quedó embarazada. Volvió al estrecho escenario. Parió a nuestro hijo. Era un sándwich de jamón y queso. Se lo comió.

Vinieron luego cosas más elaboradas. “Mamita querida”, “La moribunda”, su Hitler...

Desde mis trabajos teatrales más guarangos (algunos de los primeros) a los más finos (algunos de los últimos) no he dejado de tenerlo presente. En más de una obra se le rinde un homenaje tácito.

Gracias.
En el próximo sándwich, también lo recordaré.