miércoles, 6 de julio de 2016

Flaubert me lo avisaba

Mudado lo inamovible
y refutado lo inapelable,
¿qué nos va quedando al fin?

La soledad amontonada
del condenado a vivir de otra manera
bajo un oficio que roza lo sagrado
aunque se haga de sobras y de zozobras.

La sangre hoy mancha más y gusta menos,
sus tientos en el alma ya no prenden bien,
como que el alma no es palabra de estos días
si bien la desempolva una lluvia persistente
que suena en mi muralla de policarbonato
con  ritmo de mil dedos africanos hambrientos.
Pobres estos negritos que olvidaron su voz
soñando y escapando, como   hacemos todos
y ya no verán tigres, jirafas o elefantes
porque somos muy pulcros y cerramos el Zoo.

La madrugada es un abismo intercontinental.
Busco hundirme en la cama como en barro el hipopótamo.
Si me arrojan comida puede hacerme mal.


Borges amaba a Federico locamente
y se abocó a despreciarlo después de muerto
porque ese subterfugio lo mantenía vivo.

Borges es un hombre muy inteligente.





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