Como si todo un cielo me mordiera los ojos
o me acunaran clavos de jengibre y lavanda
mi corazón al aire se atraganta de rojos.
Así la bailarina que ahorcara su bufanda.
Por los patios del sueño, los sueños andan cojos.
No saben quién enuncia, quién implora, quién manda.
Un poco esto es el campo abreviado en los rastrojos
donde se extingue, de alba y temblor, un oso panda
y hay los gritos sedientos de barcos encallados,
un piélago de perros sin pan y sin caricias
mientras luce coronado el cinismo en el humo.
Yo me caigo del tiempo y del sol, de mis costados,
sin coro de tragedia ni titilar de albricias
porque donde todo es baldío, ni lloro ni presumo.
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