Mi perra es de plata
como nube de invierno,
como candelabro
para noches tristes
o leve peineta
de melancolías,
como crucifijos
de almidón y sombra,
como la moneda
de un siglo perdido
(ya vida sin perro
no la compraría)
o la espuma rota
del arroyo fresco,
como las promesas
y las osadías,
lámina escondida
tras de los espejos,
silbo de penumbra,
jazmín apretado
de la compañía
con rumor de iglesia,
donde como un rezo
incide su nombre:
Jesusa, Jesusa...
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