“ALFONSINA
Y LOS HOMBRES”, con dramaturgia y dirección de Mariano Moro, y la
interpretación de Victoria Moréteau, ha recibido ya el Premio ARGENTORES 2013
como mejor obra de autor nacional, mención del Premio Vilches por sus valores
éticos y estéticos y dos nominaciones al Premio Estrella de Mar: Mejor
Unipersonal Dramático y Mejor Actriz Dramática.
Declarada
de interés cultural por la Municipalidad de General Pueyrredón (Mar del Plata)
Se
presenta de viernes a domingos a las 21:00 en El Caldero, España 2031. Reservas
al 494-7552.
Todos
sabemos algo de la vida de Alfonsina Storni y conocemos la circunstancia de su
muerte, dolor convertido casi en leyenda romántica por mor de su poema último,
“Voy a dormir” y del coraje que, para no variar, mostró en su método suicida.
Moderna como era, incluyó el teléfono en su penúltimo verso, aparato de
avanzada tecnológica entonces. Y hoy también. Dijo que no insistamos, que se ha
ido. Y mintió. Esa mujer quedó en los poemas. Lo aseguro.
Desde la
niña que jugaba con la idea de la muerte en sus primeros papeles, hasta la
mujer desgarrada que la diseñaba como un objeto de arte, todo es sensibilidad,
inteligencia, conciencia despierta, travesura, ocurrencia, drama que pervive en
cada página, siguiendo las variaciones de su experiencia vital y de sus
búsquedas estéticas, en la medida en que estas cosas pueden diferenciarse. Todo
está ahí. Basta rozar el papel y concentrar la mirada para que un ánima
vibrante se haga presente sin necesidad de desplazarse hasta la Escuela
Científica Basilio. Alfonsina. La niña suiza. La mentirosa de San Juan. La que
idealizaba a su padre. La actriz vocacional. La que cantaba en los bares algún
tango y “Una voce poco fà”. La maestra. La dramaturga. La intelectual. La madre
soltera. La “oveja descarriada”. Pero, sobre todas, la insoslayable. La que nos
hace falta. La poeta.
Al terminar
una función, una mujer me preguntaba: “-¿Cómo podés saber tanto del alma
femenina?”. “-No es que yo lo sepa, es que Alfonsina me lo cuenta”,
respondí. Y tanto es así, que por nada del mundo me quiero perder
representación, así como aproveché cada ensayo para derramar unas cuantas
lágrimas en el zénit de la epifanía.
Son secretos tan delicados que no se atrapan. Hace falta volver a oír, a
ver, a sentir.
La poesía
viene de un periplo más que milenario. Desde que el hombre es hombre, arriesgo.
Desplazándose por tiempo y espacio pasando de voz a voz más o menos cantada
tanto antes de papiros o imprentas. Hasta anclar en ese puñado de signos
marginales que claman agua o aire para revivir. “Aire, más aire para el alma
mía”, gritaba Alfonsina.
¿Cómo debe
encarnar la poesía? Yo tengo un ideal. Victoria Moréteau. Para declararlo, me
permito deslizarme al soneto, rogando abstenerse piadosamente de hacer
comparaciones.
Una señora
de las de mi público preferido, las que más saben porque más han recorrido, me
contaba que Alfonsina Storni fue el primer cadáver que vio en su vida. La
velaron en el Colegio Nacional cuando fue reconocida, y por ahí desfilaron
alumnos de ésa y otras escuelas, a contemplarla. “No estaba hinchada ni
nada. Prolija. Serena. En paz”.
¡Qué
paradoja! Haberla visto muerta entonces, y encontrarla ahora con vida.
Y es que el tiempo, como nosotros, anda fuera de
quicio.