miércoles, 6 de febrero de 2013

Sobre “ALFONSINA Y LOS HOMBRES” para el Suplemento Cultura del Diario La Capital de Mar del Plata.


 
“ALFONSINA Y LOS HOMBRES”, con dramaturgia y dirección de Mariano Moro, y la interpretación de Victoria Moréteau, ha recibido ya el Premio ARGENTORES 2013 como mejor obra de autor nacional, mención del Premio Vilches por sus valores éticos y estéticos y dos nominaciones al Premio Estrella de Mar: Mejor Unipersonal Dramático y Mejor Actriz Dramática.

Declarada de interés cultural por la Municipalidad de General Pueyrredón (Mar del Plata)

Se presenta de viernes a domingos a las 21:00 en El Caldero, España 2031. Reservas al 494-7552.

 

Todos sabemos algo de la vida de Alfonsina Storni y conocemos la circunstancia de su muerte, dolor convertido casi en leyenda romántica por mor de su poema último, “Voy a dormir” y del coraje que, para no variar, mostró en su método suicida. Moderna como era, incluyó el teléfono en su penúltimo verso, aparato de avanzada tecnológica entonces. Y hoy también. Dijo que no insistamos, que se ha ido. Y mintió. Esa mujer quedó en los poemas. Lo aseguro.

Desde la niña que jugaba con la idea de la muerte en sus primeros papeles, hasta la mujer desgarrada que la diseñaba como un objeto de arte, todo es sensibilidad, inteligencia, conciencia despierta, travesura, ocurrencia, drama que pervive en cada página, siguiendo las variaciones de su experiencia vital y de sus búsquedas estéticas, en la medida en que estas cosas pueden diferenciarse. Todo está ahí. Basta rozar el papel y concentrar la mirada para que un ánima vibrante se haga presente sin necesidad de desplazarse hasta la Escuela Científica Basilio. Alfonsina. La niña suiza. La mentirosa de San Juan. La que idealizaba a su padre. La actriz vocacional. La que cantaba en los bares algún tango y “Una voce poco fà”. La maestra. La dramaturga. La intelectual. La madre soltera. La “oveja descarriada”. Pero, sobre todas, la insoslayable. La que nos hace falta. La poeta.

Al terminar una función, una mujer me preguntaba: “-¿Cómo podés saber tanto del alma femenina?”. “-No es que yo lo sepa, es que Alfonsina me lo cuenta”, respondí. Y tanto es así, que por nada del mundo me quiero perder representación, así como aproveché cada ensayo para derramar unas cuantas lágrimas en el zénit de la epifanía.  Son secretos tan delicados que no se atrapan. Hace falta volver a oír, a ver, a sentir.

La poesía viene de un periplo más que milenario. Desde que el hombre es hombre, arriesgo. Desplazándose por tiempo y espacio pasando de voz a voz más o menos cantada tanto antes de papiros o imprentas. Hasta anclar en ese puñado de signos marginales que claman agua o aire para revivir. “Aire, más aire para el alma mía”, gritaba Alfonsina.

¿Cómo debe encarnar la poesía? Yo tengo un ideal. Victoria Moréteau. Para declararlo, me permito deslizarme al soneto, rogando abstenerse piadosamente de hacer comparaciones.

Una señora de las de mi público preferido, las que más saben porque más han recorrido, me contaba que Alfonsina Storni fue el primer cadáver que vio en su vida. La velaron en el Colegio Nacional cuando fue reconocida, y por ahí desfilaron alumnos de ésa y otras escuelas, a contemplarla. “No estaba hinchada ni nada. Prolija. Serena. En paz”.

¡Qué paradoja! Haberla visto muerta entonces, y encontrarla ahora con vida.
Y es que el tiempo, como nosotros, anda fuera de quicio.

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