Un fósforo
ya no semeja el sol.
Tal vez yo
no tenga la culpa
de todos
los malestares y frustraciones
del reino.
Y si hay un
día para arrancarse
el cactus
de la planta de los pies
es éste.
Suelo
recordar que fui considerado,
cariñoso y
atento.
Pasé de
moda, definitivamente.
Y sin
embargo, todavía,
o, sobre
todo, ahora,
puedo
cantar y bailar con razonable gracia,
cuando el
índice del juez no presiona mi entrecejo
para
hacerme sentir lo mal que hago las cosas.
Las
burbujas de la celebración
estallan en
un aire yermo,
pero los buenos deseos persisten
como es la
costumbre
en tantas
otras cosas
inútiles.
Enero
oscila entre la fiesta y el agobio
según en
qué terrenos apaciente,
y, como
siempre,
en el vacío
íntimo y constitutivo
que nos
yergue,
el atávico
poema de la incertidumbre
se recita
solo.
Fuimos la
Eternidad
y nos mató
el segundo.
Qué pena.
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