El sexo es
un impuesto.
Yo lo puse
en el débito automático.
No entiendo
las facturas
que imprime
en carne, ni su afán numérico
o su idea
del amor
o la
abstrusa descripción de servicios
que
pretende prestar
la turbia
imbricación de sus acciones
y ocultos
estatutos.
Sí he
notado el esmero que distingue
su faz
publicitaria
en voces,
en carteles,
en luces,
en ataques
y en tanta
innovación como pergeña
su oficina
central, siempre de turno.
Pido el
soporte técnico.
A veces da
señal satisfactoria
pero no
soluciona
el problema
de fondo
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