El otoño derrite mis talones
en silbos de soledad exhaustiva
y pegoteados van, a la deriva
como una hormiga tonta en los renglones.
El progreso disfraza sus mojones
con seda de maíz. El agua viva
de la verdad se desencarna, esquiva
si dulce y verde, como en los melones.
Hay un rumor de autos domingueros
que acompasa la tarde inconducida
insinuando asfaltados derroteros
contra cierta pereza entretenida.
Dejo los libros y procuro el pasto.
Olvido la serpiente en el canasto.
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