te hincha de ansiedades
inexplicables
e innecesarias.
Luego exploras la desazón
en solitaria aventura
sin Ítaca ni tejedora,
danzando para monstruos y hechiceras
que ríen de los navíos hundidos.
Sobre tu piel empañada
oprimen yemas entintadas
como aburridos mitos
que juegan a la comisaría de barrio.
No aciertas a reunir los documentos
para el trámite que no comprendes
y en un alarde macilento
de confusión argentina
comienzas a hablar de "tú",
acaso por comprender que chirrías
articulando la segunda persona.
Hablar, escribir o pensar
no eran sinónimos de vivir.
En el principio fue el Verbo.
Lo conjugaste mal.