Calzando chinelitas de cristal
van los tobillos torcidos
por pedregales y lodos
del indolente país
donde un embuste puntudo
se torna venerable.
Sobre las cabezas se acampana
el terciopelo voraz
de un miriñaque;
como badajos penden
micrófonos gigantes
y a toda hora resuena
una voz de rodilla sangrada
y raspados pizarrones antiguos.
La vida puede ser
en blanco y negro,
ocre la crónica,
húmeda la estafa
y difusa la oración
de la desesperanza.
Las cadenas son cadenas
y las banderas, trapos.
No me digas el sol si al pronunciarlo
se enfría en el metal de una moneda.
No sé yo dónde estás,
y es una pena.
Luego podríamos reír
por todo esto
si el sedimento de fatiga
no obturara las papilas
y la razón biológica
no clausurara los plazos.
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