jueves, 1 de septiembre de 2016

Muerte de Dios

Una voz, un cóctel abrirá la compuerta
clavándote uña sucia en las encías,
y un polen de volcán perforará tu oreja.
Oír sin escuchar es todo lo que importa
porque alguien creó el mundo sin prestar atención.
Dos mil años de óxido en las muñecas
orientan el curso de la sangre.

El cáctus y el arroyo saben su trabajo.

La nieve y los relojes han pasado de moda.

Los renos de Noruega murieron bajo el rayo;
al fin, no toda muerte es savoir-faire del hombre,
aunque vaya a saberse quién fraguó la tormenta.

Mi alacena y la heladera se miran todo el día.
Cada una presiente lo que la otra esconde
y, celosas como hermanas angurrientas,
me dicen: "-Yo no tengo. Fijate es esa otra."

Se ríen de la perra que no las alcanza.
Entre las dos, pernocta el relámpago.

Canino es esperar y la esperanza.
Científicos le dicen que comprende el lenguaje
y por la madrugada ensaya un paternóster.

En cuatro patas anda la absoluta fe.



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