Adiós, Adiós,
A Dios,
a ese monosílabo de suceso inexplicable
dijera un escritor,
a esa ilusión, a esa intuición,
a esa experiencia,
a esa buena noticia cuya imagen
quise plasmar en tu carne
y a cuyo arbitrio nos remitimos
en las despedidas
balbuceando buenos deseos tales como
"Que la vida te trate mejor que vos a mí -pues fue a lo cerdo-."
Quisiéramos algo más cortés
y no nos sale
por eso nos clavamos a un silencio de taquicardia
y Adiós, a Dios,
a quien tiene la primera y última palabra,
a quien nos vio sentados en la butaca roja
calzando los sopapos de un espacio vacío
y sintiendo perder ahora lo que perdido ya estaba.
Intentemos de nuevo:
"Que la vida te dé lo que merecés
o cosas buenas"
"Que dejes de ser tortura
o que el otro no se entere"
"Que algún día el aplauso
te suavice los cardos
y que, si seguís siendo vos,
el éxito te compense
o atenúe"
No sé qué pasa, che.
No hay caso.
Paremos acá,
pues me oigo resentido
y no me gusta.
Adiós, a Dios que sabe
cuánto puse de mi mejor empeño
y lo poco que eso a vos te vale,
para variar.
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