La vida de las almas
va como la de los sueños,
absurda y despavorida,
esencial y pintalabiada,
enhebrando vasos comunicantes
hacia túneles de azufre
y bulevares de viento pálido.
El rostro de las almas
se frunce sin arrugarse
y al distenderse
lanza flechas de sombra azucarada,
con pretensiones homéricas
y detallismo de hormiga.
El sueño de las almas
no tiene rostro
y todos le vienen bien,
aunque están los recurrentes,
esos que ligan el cuerpo
y estrujan en jazmín
cada uno de los órganos
como a caracolitos
atrapados en espuma.
Alma que sueña
sale de visita
y encuentra sus amores
en todos los domicilios.
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