Ah, la danza,
Estratagema de las almas
Para trepar a los pájaros,
Temblor que anuncia un amorío
De sangre, pies y tierra
Mientras tu cuerpo y el mío
Se van,
Porque son otros.
Seguro hay mil poemas dedicados a la danza, y todos mejores que éste. Pero no estábamos con ánimo de citas. Busquen ustedes, y encuentren. El caso es que viene bien éste simple y de propia cosecha para referir el sustrato poético común a todas las artes, y la tentación de vivir una bella coreografía como si fuera un poema, cuando se puede. Tal el caso de “Tres generaciones” (“Trois générations”) de Jean-Claude Gallota, afincado en Grenoble, Las Galias, recreada en Buenos Aires por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, como hiciera años atrás con otra obra suya, “Mammam”, que siempre recordamos con cariño, como a nuestros juegos de niños, que de eso iba la cosa.
De niños viene la cosa otra vez, al menos para empezar, porque este espectáculo, compuesto por el ensamble de tres versiones ligeramente divergentes de una misma estructura, empieza a cargo de ocho niños que estudian en la Escuela del Teatro Colón, asombroso si pensamos lo difícil que se hace ver a los bailarines del Colón bailar, no digamos a los niños que allí se forman. Tremendo esfuerzo de producción cuyos entretelones engorrosos podemos imaginar, si es que no los conocemos por chismes. Cuando estamos pensando “¿Qué me importa lo que venga después, si sabido es que con niños o animales en escena desaparece todo lo demás?”, irrumpen los locales, los del ballet ¿estable?, resignificándolo todo con el apogeo de su potencial y la maestría que han adquirido. Mención especial para Sol Rourich y Diego Poblete, los menos nuevos en un grupo que tanto nombre ha cambiado y cambiará. Y sí, lo hacen mejor que los niños, aunque enternezcan menos, para eso los años traen lo bueno y lo malo; con ellos comprendemos el valor y el esplendor de la plenitud, dure lo que dure.
Llega al fin el turno de los mayores, los pioneros, los que se habrán tenido que quitar el óxido, algunos más que otros, para poder hacer esto. Y entonces, por ejemplo, el exigido solo que vimos en una niña, y luego en una muchacha, lo vemos en una señora que roza los setenta (omitimos el nombre para no pecar de falta de caballerosidad con la mención de la edad). Y en ese punto, muchas sino todas nuestras fantasías y huellas de infancia, juventud y lo que viene después están en movimiento, tiembla el edificio y pensamos que queremos volver a ver la obra una y otra vez.
En el Teatro Presidente Alvear. Termina este domingo.
Estratagema de las almas
Para trepar a los pájaros,
Temblor que anuncia un amorío
De sangre, pies y tierra
Mientras tu cuerpo y el mío
Se van,
Porque son otros.
Seguro hay mil poemas dedicados a la danza, y todos mejores que éste. Pero no estábamos con ánimo de citas. Busquen ustedes, y encuentren. El caso es que viene bien éste simple y de propia cosecha para referir el sustrato poético común a todas las artes, y la tentación de vivir una bella coreografía como si fuera un poema, cuando se puede. Tal el caso de “Tres generaciones” (“Trois générations”) de Jean-Claude Gallota, afincado en Grenoble, Las Galias, recreada en Buenos Aires por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, como hiciera años atrás con otra obra suya, “Mammam”, que siempre recordamos con cariño, como a nuestros juegos de niños, que de eso iba la cosa.
De niños viene la cosa otra vez, al menos para empezar, porque este espectáculo, compuesto por el ensamble de tres versiones ligeramente divergentes de una misma estructura, empieza a cargo de ocho niños que estudian en la Escuela del Teatro Colón, asombroso si pensamos lo difícil que se hace ver a los bailarines del Colón bailar, no digamos a los niños que allí se forman. Tremendo esfuerzo de producción cuyos entretelones engorrosos podemos imaginar, si es que no los conocemos por chismes. Cuando estamos pensando “¿Qué me importa lo que venga después, si sabido es que con niños o animales en escena desaparece todo lo demás?”, irrumpen los locales, los del ballet ¿estable?, resignificándolo todo con el apogeo de su potencial y la maestría que han adquirido. Mención especial para Sol Rourich y Diego Poblete, los menos nuevos en un grupo que tanto nombre ha cambiado y cambiará. Y sí, lo hacen mejor que los niños, aunque enternezcan menos, para eso los años traen lo bueno y lo malo; con ellos comprendemos el valor y el esplendor de la plenitud, dure lo que dure.
Llega al fin el turno de los mayores, los pioneros, los que se habrán tenido que quitar el óxido, algunos más que otros, para poder hacer esto. Y entonces, por ejemplo, el exigido solo que vimos en una niña, y luego en una muchacha, lo vemos en una señora que roza los setenta (omitimos el nombre para no pecar de falta de caballerosidad con la mención de la edad). Y en ese punto, muchas sino todas nuestras fantasías y huellas de infancia, juventud y lo que viene después están en movimiento, tiembla el edificio y pensamos que queremos volver a ver la obra una y otra vez.
En el Teatro Presidente Alvear. Termina este domingo.
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