Mis añoranzas son
almendras arrumbadas
en un frasco mohoso.
Pero te extraño siempre.
No por antigua deja
de parpadear la estrella
empujando la lágrima
azul que no se agota
y el agua le responde
en este borde frío
con murmullos celosos
y guirnaldas de espuma.
Andan desorientadas
como veletas truncas
las blancas,
comedidas
gaviotas mensajeras.
Los caracoles urden
con hilo de su
entraña
una nostalgia rústica
que parcela los pastos
y luego, en las paredes,
con ansia fatigada
esperan ateridos
que un niño los aplaste.
Hago mis desayunos
solvento mis trabajos
entretengo dos casas
converso con la perra
y canto hasta con brío,
ya podrías oírme
como la flor de invierno
que ha olvidado su nombre
pero yergue en naranja
vibraciones antárticas
y otras que andan perdidas
por la ronda celeste.
Sabría repasar
mi rosario de errores
pero me canso pronto.
Ese era tu trabajo.
Repaso mis tesoros.
El vacío, el silencio
y un libro que me infunde
otredades y asombros.
Puedo leer sin culpa.
No elevarás protestas.
Tu lado está vacante
y gris. La perra duerme.
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