Progresiva conciencia de pequeñez me aplaca.
Caídas, desplumadas las aves del orgullo,
los templos que soñaba me son un pedregullo,
triste paz, pobre paciencia y esperanza flaca.
Poco gozo de fiesta y abundante resaca
la ópera reducen a un sedoso murmullo
arrimado a sentencias, quizá de Perogrullo,
que ni alerta vergüenzas ni virtudes sonsaca.
Y sin embargo es esta la hora más feliz,
cuando el trigo se cubre de brumas de ceniza
y la mente se sabe más débil y más lenta.
El tren de las pasiones pasó como un desliz,
como un fuego discreto que la tarde no atiza,
un pálido espejismo de la infancia sedienta.
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