La juventud aparente
es mayor que la real.
Entre las dos hacen mal.
¿Ser joven eternamente?
¿Y padecer a morir
el empuje de los brotes?
¿El ahogo, los azotes
que siento al verte partir?
Cuando yo te veo entrar
llenando todo el espacio
con tu pelo casi lacio
y tus ganas de gustar
sé que me vas a besar
y esa espera configura
en un compás de locura
el horario y el lugar.
Vibra la escenografía,
se abanican las butacas
y, como grandes hamacas,
bailan tu sombra y la mía.
El corazón se me atora
en delgadas pantorrillas
y en chasquidos y cosquillas
y en una sorda demora
de la interna procesión,
como si fuera la gana
de morder una manzana
congelada en el envión
y aumentada al infinito
por el gusto con que, unidos,
brillan tus cinco sentidos
y tu abuso en lo bonito.
No lo esperaba. Te vi.
Vos dirigías la escena.
me atabas una cadena
y, ya preso, te elegí.
¿Con quejas a la justicia
quien es autocondenado?
No sirvió ser desconfiado
ni me alcanzó la malicia.
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