jueves, 26 de enero de 2017

Afrancesado

Todo estaría muy bien
si no fuera
porque quiero respirar
y me cuesta tanto.
Como si la caja desconociera
la vocación de abrirse
o el aire se amedrentara
en la nariz y la boca.
Un cardo
se atraviesa en la laringe
y el tallo hurga
esternón adentro.
Coros griegos
muerden mis orejas
y ambos pies se atascan
en la cera derretida
de todas las velas del Siglo XIX.
Como si Víctor Hugo
entrenara boxeo en mi cara
o Stendhal me condenara
a la celda más oscura
de una Cartuja,
por votos hechos en sueños
ante el manto carcomido
de las vírgenes ahumadas.

Duermo en calas ásperas
y amanezco en fados
y voces andaluzas.
Salgo a la calle y canto.
La gente se asusta.
Aparco en mi escritorio
y el más duro se apiada
por un llanto que asoma
y no se atreve.

Todo estaría muy bien
si no fuera porque,
contra todo pronóstico,
el corazón no aprende nada.

Estoy hablando del mío, claro.
Mi corazón es un imbécil
pero no quiero decírselo
porque se ofende.

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