Si los éxitos son evanescentes
las derrotas no son acumulables
aunque suelan verter sus detestables
sedimentos en ánimos dolientes.
Como hierro adherido entre los dientes,
como sangre en el filo de unos sables
oníricos y antiguos, admirables
para ojos a otra cosa indiferentes
así mancha la sal de lo perdido,
una herrumbre que no es escandalosa
pero troncha ilusión y candidez.
Tampoco se acumulan el olvido,
las rosas del azar, la hora sabrosa,
el rumbo de los sueños, la niñez.
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