miércoles, 3 de septiembre de 2014

El sacerdote



 

 

Cuanta alegría en esa voz timbrada,
cadenciosa, eficaz, que se aventura
a proclamar a Dios en su ternura
y sus llagas, su estrépito, su espada.
 
Es masculina aunque acaramelada
y un reverbero la nimbara dura
donde la empresa humana se hace oscura
 porque hay un borde, un pozo y luego nada.
 
No ha de faltar al paso una sonrisa,
un apretón de manos, una broma
y el testimonio austero de la fe
 
y sin embargo, al cabo de la misa,
tras de sus ojos, un dolor asoma  
sin entregar el llanto ni el porqué.
 
 
 
 

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