Abrió la
escuela del resentimiento.
Los padres
inscribieron a sus hijos.
Aprenden
sin saber, los ojos fijos
en la
sinuosa levedad del viento.
No quedan
solos. Se atoran de a ciento,
anonadados,
lentos y prolijos
en la
mentira, y en los entresijos
de un fofo
y atascado descontento.
Se ha
borrado la página sublime
bajo grasa
chorreada de hamburguesa.
No es el
nombre divino el que se imprime
en la
quijada floja. No interesa
entrar al
templo de la gran lectura.
El bosque se taló. Hay horda pura.
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