lunes, 1 de septiembre de 2014

A Harold Bloom

 
 
 
Abrió la escuela del resentimiento.
Los padres inscribieron a sus hijos.
Aprenden sin saber, los ojos fijos
en la sinuosa levedad del viento.
 
No quedan solos. Se atoran de a ciento,
anonadados, lentos y prolijos
en la mentira, y en los entresijos
de un fofo y atascado descontento.
 
Se ha borrado la página sublime
bajo grasa chorreada de hamburguesa.
No es el nombre divino el que se imprime
 
en la quijada floja. No interesa
entrar al templo de la gran lectura.
 
El bosque se taló. Hay horda pura.
 
 
 


 

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