“¿Me puedo
escapar?”, dijiste. Saludo
que me
muerde la entraña recordar.
Me
avergüenza. Me impide respirar.
Me
transporto al momento. No me ayudo.
Aún
entonces mi ávida boca pudo
besarte el
cuello antes de verte andar.
Era dulce
tu modo de matar.
Nada quiere
en tu ser parecer rudo.
Tu extrema
suavidad es mi peligro,
ese grito
que pide protección
amagado en
el pozo de tus ojos.
Ya no
vuelvo a caer. No me denigro.
No le busco
al silencio tu canción.
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