lunes, 12 de mayo de 2014

Tercetos a modo de pañuelito que se agita


La soga maltratada al fin se corta

y me queda por último consuelo

saber cómo de mí nada te importa.

 

Las canas agregadas a mi pelo

escapan al sentido de tu vista

lo mismo que mi llanto y mi desvelo.

 

En la hora de partir, que Dios me asista

 y quede Dios con vos, como deseo.

Que nunca a la intemperie te desvista.

 

Feliz, como de niño en el recreo

quiero pensarte, para andar liviano

el empinado azar que ante mí veo.

 

Te luzcan, cuando yo esté bien lejano,

violetas y esmeraldas en el cuello,

frutillas y bombones en la mano

 

y el Arte en que lo bello con lo bello

pueden pasar del mundo y sus miserias.

No veas nada, más que tu destello

 

multiplicado por sus cien histerias

como por las facetas de un diamante.

Huya tu luz siempre a las cosas serias

 

y vuelvas a encontrar dulce, gigante,

abierto castillo de fantasía.

Cada paso que des hacia adelante

 

tenga la gracia de tu rosa fría,

un aroma de orégano salvaje

y el esplendor de excelsa monarquía

 

que va bien a tu garbo y a tu traje

de ser que no es de aquí, sino del libro

donde todo es tu imperio y yo era paje.

 
Hoy me caí del cuento, porque vibro.





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