La soga
maltratada al fin se corta
y me queda
por último consuelo
saber cómo
de mí nada te importa.
Las canas
agregadas a mi pelo
escapan al
sentido de tu vista
lo mismo
que mi llanto y mi desvelo.
En la hora de
partir, que Dios me asista
y quede Dios con vos, como deseo.
Que nunca a
la intemperie te desvista.
Feliz, como
de niño en el recreo
quiero
pensarte, para andar liviano
el empinado
azar que ante mí veo.
Te luzcan,
cuando yo esté bien lejano,
violetas y
esmeraldas en el cuello,
frutillas y
bombones en la mano
y el Arte
en que lo bello con lo bello
pueden
pasar del mundo y sus miserias.
No veas
nada, más que tu destello
multiplicado
por sus cien histerias
como por
las facetas de un diamante.
Huya tu luz
siempre a las cosas serias
y vuelvas a
encontrar dulce, gigante,
abierto
castillo de fantasía.
Cada paso
que des hacia adelante
tenga la
gracia de tu rosa fría,
un aroma de
orégano salvaje
y el
esplendor de excelsa monarquía
que va bien
a tu garbo y a tu traje
de ser que
no es de aquí, sino del libro
donde todo
es tu imperio y yo era paje.
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