El orgullo
es un niño que merece
uno a uno
los golpes que recibe;
dientes de
sarro, muerde más que escribe;
en agua
pútrida respira y crece.
Brisas
mentidas en las que se mece;
cuestas
rugosas que da en su declive;
espejo
trampa sobre el que percibe
prietos
engaños que a sí mismo ofrece.
En los
umbrales de lo indiscutible
su
caprichito mueve a rebeldía;
empecinado
hasta lo inconcebible
ve sus
satélites en pleno día.
Hace
pucheros, pero no hay que darle
caricia alguna; siempre hay que pegarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí estamos.