miércoles, 19 de noviembre de 2014

Romance de Federico


 
a mi madre

 

Federico frunce flores
con tenacitas de cera
y cal de Fuentevaqueros.
Tamarit. Granada. Sierra.


Federico me transfunde
lumbre de sus azucenas
y se me nieva la sangre
con alarido de perlas.
Hay gusanitos de almizcle
perdidos en las almendras.
Por el ombligo me sube
llanto de noche serena
y un rechinar de collares
me desmenuza las vértebras.
Federico no me muere.
Faltan cadáver y piedra.
Se nos escapan las balas
como abejas sin colmena
o gotas de las encinas
o trepo de enredadera.


¿Dónde va la Dama Boba
sin barraca ni calesa?

¿Qué sabrá su Marianita
o Rosita, la soltera,
o la esposa que no es madre
o esa otra, zapatera?
¿Qué sabrán los de las bodas
y las hermanas que encierra
Bernarda, todas de luto,
ahora sí sin quien las quiera?
¿Qué sabrá nadie de nada
si la dalia mensajera
se transparenta en el aire
y se deshoja en su puerta?


Así que pasen cinco años
me vestiré de canela
y saldré con Federico
a atragantarnos de selva
y de asfalto neoyorquino
y de aquiescencia porteña.
Se vendrá Juana la Loca
para amputarse la pena.
En la boca, un sacramento
de escarabajos y seda
o de alfajores mordidos
por las olas malagueñas.


¡Cuánto olor a Federico
en el silbo de la siesta!
Se agazapa en los jazmines
el ladrido de las perras
y adentro, las mariquitas
ondulan como sirenas.
Los relojes derretidos
de Dalí, van en carpeta
a pulmoncitos de niño,
al trapo de las banderas.


No me mires, Federico,
que un bisturí de frambuesa
me punza los lagrimales
y me traba la carreta.
Sólo dame de tus dedos
el pulso que no escarmienta
y una firma de gaviotas
con espuma verbenera.


Me acurruco, Federico,
en tu rincón de pimienta.
Hormiguitas de fatiga
me van bordando las piernas.


Soñaba yo, Federico,
el álgebra sin las cuentas
y pico de colibríes
en relicario de menta.
Trompas rosas de elefante
iniciaban una orquesta
y se calzaban los cisnes
bufanditas de tormenta
al cuello tornasolado
en volutas de manteca.


No me hablen de La Colonia
o de Viznar, o de aquella
sardina negra atrapada
en un caño de escopeta.


Merendemos con Mariana
en la Alhambra, o en la cuesta
si la subida se traba
por caprichos de la niebla.

 

Como un verde miriñaque

la tarde se balancea.

Las cinco. Siempre las cinco

y tu nombre que resuena

¡Federico! ¡Federico!

Te busca siempre la tierra

con su mano los tobillos.

Te hunde porque te venera.

Te esconde para acunarte,

pequeño de las tijeras

de pétalos y diamante,

y de gracia sonajera.

 
Federico frunce flores
con tenacitas de cera
y cal de Fuentevaqueros.
Tamarit. Granada. Sierra.





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