sábado, 8 de noviembre de 2014

Toledo


 
a Jorge Oesterheld

 

En el sueño no importa

lo que se dice ni lo que sucede.

La razón queda corta

y el sentimiento puede

apretar la verdad que lo precede.

 

Nubla mi panorama

severo arpón que el esternón incrusta.

No hay paz en esta cama

y al fin lo que me asusta

es asumir que el mundo no me gusta

 

y lo traje conmigo

al templo profanado de estos sueños

donde no oigo ni digo

ni sigo mis empeños

atrapados en témpanos sureños.

 

Lo auténtico es difuso, 

se vislumbra en rocíos fantasmales

sobre fondo inconcluso

y turbios ventanales

quebrados en reclamos virginales.

 

El vidrio cincelado

por la fuga de inquietas cicatrices

relame su costado

que encastra en los deslices

de remotas y absurdas directrices.

 

Una cinta de acero

transporta remanentes del olvido

hacia el puerto primero

de lo no concebido

que a fuerza de no ser, es más querido.

 

Las aguas estancadas

se quedan esperando el desagote.

Las palabras calladas

y las furias en brote

fraguan un torniquete en el cogote.

 

Queda rasgar las mantas

manchadas y ateridas del encierro.

Ni son fuertes ni tantas

pero abrazan el hierro

y te llevan al próximo destierro.

 

Y luego, lo esperable.

Oficio maternal de unas mujeres.

El arrobo inefable.

El premio que no quieres

y un cepo en que te mueres si no mueres.

 

Por tan poco y por tanto

trasuntan las imágenes divinas.

El Diablo te hace santo

husmeando en las letrinas

que esmaltaste de azahares y glicinas.

 

Y es simple el exorcismo.

Fuerza perdida y alma anonadada.

Ya no serás el mismo.

Soberbia derrotada
 
y abierta la extensión no frecuentada.





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