Toda notoriedad, todo destello
se amontona a un costado de la cama
como basura, en la noche que trama
tatuaje de nostalgias en tu cuello.
No es lo dulce adorable, no es lo bello
lo que al fin del trabajo te reclama;
no es siquiera tu voz esa que brama
como un gremio infernal, como si un sello
de fuego te mordiera la cintura
y un anhelo voraz la hiciera incendio
adormecido sobre tela blanca.
Es un tren dislocado el que te apura,
un ramo de amarguras, un compendio
de voces suyas que la almohada estanca.
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