viernes, 18 de abril de 2014

Romance de alegría


Como una niña en su cuna

la rosa de la alegría

se alumbra blanca y llorosa,

se pincha de verde espina

y sonríe de su sangre

las gotas del nuevo día.

El “a-a-á” de pequeños

que decir cosas querrían

pero no saben, inunda

los cuartos, y en las cortinas

aprietan con sus manitos

los ángeles las tiritas

del sol, esa mariposa

que se quema de amarilla

detrás de nubes violetas,

imitadoras de artistas.

Más amables los motores

del Viernes Santo chirrían

por las calles tucumanas

que se desnudan tranquilas

como mujeres seguras

de querer y ser queridas.

Por el gran paso de cebra

estampado en esta esquina

-lo veo por las ventanas

abiertas como sandías-

cruzan huyendo las penas

que nos dieron guerra fina

en las tardes solitarias

y las noches mal dormidas.

Un gran lamido de perro

unta el aire. Se arrodilla

 en el cordón de cemento

a rezar su Pascua tibia

la virgen de una esperanza

renovada y sustantiva.

Ese rezo que murmura

me muerde las pantorrillas.

Salgamos a oler ahora

el perfume de la risa

en la quietud de las plazas
 
vibrantes, si no floridas.

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