“Estoy en
otra sintonía”, dijo,
y sus
densas pestañas crepitaban
más
compungidas porque no lloraban.
Hablaba sin
cesar. Miraba fijo.
El compromiso
desandó prolijo
entre cafés
y libros que pasaban.
Muy tristes
las cucharas tintineaban.
Muy educado
él, como un buen hijo.
Y la otra
parte parecía muda.
Era una
sombra que se derramaba
hacia las
cuatro patas de la silla.
Sin ángeles
ni voces en su ayuda,
con toda
parsimonia claudicaba
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