No puedo
imaginar más gran tesoro
que el
silencio. Mi vecino tose
y fuma sin
parar de doce a doce.
Traspasa
las paredes como un coro
injerto en
su televisor sonoro,
futbolero e
impune, que descose
madrugadas
en vela. Hay un roce
de sillas contra
el piso. Me demoro
suponiendo
algún rostro a la familia
que debe de
vivir del otro lado
corriendo
el mueble a un paso de mi almohada.
En tanto el
sueño no se me concilia
me sueño
apajarado en algún prado,
rumio
ensueños de vida sosegada.
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