No por
llover me he convertido en cielo
ni por
volar ya me resuelvo en ave.
Me abro tal
vez, mas no me sé la llave.
Del campo
traigo abrojos en el pelo
y poco más.
Me duermo en un desvelo
y me
despierto a la congoja suave
que raspa
la nariz. Pierdo la clave
de cada
cuenta y de cada consuelo.
Traigo
unicornios, hadas, basiliscos
en mi
rebaño. Nunca me obedecen.
Quizá hacen
bien. Les dije que partieran,
hay poca
protección en mis apriscos.
Los potros
lloran, las magas florecen
y las serpientes
olvidan quién eran.
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