Cuánto
cielo se pierde, qué mal tótem se para
cada vez
que por verme se te amarga la cara.
Como un
auto sin rumbo que de pronto volcara
cae mi
corazón en cardos de la curva clara.
Sin
embargo, hacía falta que tu don esquivara
mi alboroto
solemne, con su insistencia rara
en
magnolias azufradas de piedad avara
que podía
encenderse, que quizá te quemara
o a mí, que
vivo en uso contumaz de mis sesos
a imprecisa
brazada por los mares espesos
y confundo
la náusea, la mordida y los besos
con el son
desahuciado en que se acunan los presos
o la savia
impermeable donde flotan ilesos
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