Que se te
abra, sobrino,
con pétalos
de gracia
la rosa del
destino,
que nítida
la eleves
entre
brasas y nieves
según cada
minuto
de tu
sombra y tu luz.
Nadie puede
contarte con qué voz
hacen
concierto los coros mejores
ahora y en
la hora que nos concierne.
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