Ajada y
sucia queda la desnudez del manto.
Abierta y
orgullosa va tu sonrisa fría
a azuzar
con agujas de gruesa melodía
el
nomeolvides agigantado de mi espanto.
Debo ser
quien escucha. Nunca soy el que canto
sino en la
soledad que se dice toda mía
como la
culpa, el cansancio, el duelo y la porfía
que la
ilusión mutila y que prohíbe el llanto.
Yo vi tus
piedras verdes insinuar otro cielo
y tus sogas
hirientes acosar mis muñecas
ya
apresadas en crespas cascadas de tu pelo
antes de
que el orfebre tallara flores secas
para
engarzarlas en oro que se quiere tumba
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí estamos.