A una rosa
no se le pregunta
donde mandó
bordar su terciopelo
ni por qué
hunde raíces en el suelo
ni sobre su
pasión de amor presunta.
No lo sabe,
tampoco lo barrunta.
Engarza su
perfume en pleno vuelo
y encarna
la belleza a contrapelo
hasta en
esas espinas con que apunta.
No
inquiramos entonces por los roces
que acusa
nuestra voz entre las voces
o nuestra
piel en la línea celeste.
Desde el
centro de mesa de la fiesta
el pétalo
en caída no protesta
y se llama a sosiego, aunque le cueste.
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