sábado, 4 de octubre de 2014

Stein

 
A una rosa no se le pregunta
donde mandó bordar su terciopelo
ni por qué hunde raíces en el suelo
ni sobre su pasión de amor presunta.
 
No lo sabe, tampoco lo barrunta.
Engarza su perfume en pleno vuelo
y encarna la belleza a contrapelo
hasta en esas espinas con que apunta.
 
No inquiramos entonces por los roces
que acusa nuestra voz entre las voces
o nuestra piel en la línea celeste.
 
Desde el centro de mesa de la fiesta
el pétalo en caída no protesta
 
y se llama a sosiego, aunque le cueste.
 
 
 
 

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