Todavía mi
lápiz puede resucitarme.
Lo tomo de
entre signos que han dejado otros muertos,
aromado en
el rojo de claveles despiertos
para la
madrugada de un profundo desarme.
De tantos
cañonazos no atino a despojarme,
tanta
metralla negra sobre los ralos huertos
y el eco
radioactivo que vibran los desiertos.
Ni sé de
dónde vine ni he venido a quedarme.
Escucho el
llanto ahogado que entonan las mujeres,
de noches
caminadas les sé la melodía
aunque no
las palabras con que invocan poderes
mientras
muelen el ajo de su cocina fría.
Yo evoco
otras canciones. El “Dime que me quieres”.
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