La tersura
intocable,
leve
marfil, pizca de yerba mate,
estragada
quedaba
en la
esforzada lluvia peregrina.
Sobre el
casto semblante
una
angélica persiana se bajaba
con su
resuello lila
esmerilado
por estrellas grandes
y las
viejas angustias transportadas
a espaldita
de hormiga
se
antojaban insomnes y borrachas,
translúcidas y santas
bajo el
manto imantado de la madre.
De noche,
en la banquina,
diez
argucias del humo se amagaban
y la lengua
mordida
sólo azúcar
sangraba
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